Amélie Nothomb vuelve a obsequiarnos con su impactante sentido del humor para hacernos partícipes de sus primeros 3 años de vida a Osaka, en el Japón. La autobiografía de los primeros años de la escritora no deja indiferente al lector, puesto que acudimos en la vida del bebé desde su imponente voz que con divagaciones filosóficas nos describe la vulgaridad y la miseria de su existencia para dotarla de carácter mitológico casi, aunque quizás se trata de una mitología muy personal, mucho a su estilo, entre la crueldad y el realismo, su peculiar humor acontece campo de batalla para hacer de la vida algo más interesante que no una simple descripción al uso del cual podría ser una existencia dentro de los márgenes de la normalidad. Metafísica de los tubos es de las historias más autobiográficas de la autora, con una trama original como la novela galardonada con el Grande Prix de la Academia Francesa, Estupor y temblores.
Asistimos a los primeros pensamientos de un bebé que toma primero la firme decisión de adoptar la forma de un tubo, para continuación decidir vegetar como un acto de rebeldía ante la incomprensión de su entorno, a una superdotación que no se muestra más que, como todo, al contrario, la anomalía de la disfuncionalidad. Leyendo esta breve novela podemos comprender la grandeza de la vida sin haber pasado todavía por los filtros de la sociedad y que autoproclamarse dios es lo más sensato o que descubrir el sentido de la vida en una barra de chocolate es totalmente lícito o que comprender la muerte no es incompatible con tener toda una vida delante. Pues a diferencia de todo bebé, ella es un bebé consciente de su divinidad, claramente confrontado con todo aquel que quiera discutirle esta realidad, capaz de ponerle palabras a sus grandes descubrimientos para mostrarnos que el placer sea el centro de su existencia divina resulta lo más auténtico que puede pensar un bebé que domina las reflexiones filosóficas para llevarlas a sus terrenos, la egolatría. Poner en entredicho a los adultos que tendría que creer porque así lo marca de su condición de niña es un acto de pataleta más que pose en entredicho el sentido común, y que ridiculiza muchas cosas que damos por asentadas desde nuestra visión adulta y que podrían no ser tanto de sentido común como nos pensamos.
Amélie Nothomb se erige a sí misma desde su propia voz para dotar de pleno sentido al bebé que fue, ponernos en la piel de aquel prisma infantil para captar la realidad que nos queda lejos de nuestra vida adulta. Y lo hace desde su inteligencia caudal y coherente, para que podamos otra vez ver la vida desde una perspectiva a la cual no estamos acostumbrados. Y si no compartirlo, al menos reírnos un buen rato de volver a ser al paraíso perdido de la infancia durante la breve lectura de esta novela.
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